Ya llevo un tiempo ejerciendo la psicoterapia
-específicamente, psicoterapia focal psicoanalítica en adultos (bajo
supervisión de una psicóloga acreditada, especialista en psicoterapia)-.
Es un trabajo que en lo personal funciona como mi combustible para el
día a día. Un ejercicio al que podría dedicarme toda la vida, y que
actualmente, independiente de mi carga académica, se me ha dado la
oportunidad -felizmente- de seguir ejerciéndolo.
Dentro de la consulta suceden muchas cosas. Nunca he dejado de
considerar a la persona como un mundo, un ente que posee infinitas
maneras de pensar, sentir y actuar. Sin embargo, generalmente -y
recalco: no siempre- quienes acuden a terapia lo hacen debido a que en
cierto/s plano/s de su vida, dichas capacidades se ven "trabadas" y, en
definitiva, no saben qué hacer. "No saber qué hacer"... una frase
inquietante, y al mismo tiempo, un interesante desafío. Y nada mejor que
ese desafío sea mutuo. Bien, y es aquí donde me detengo y por lo que he
vuelto a escribir en este blog.
El proceso terapéutico individual se hace de a dos: paciente y
terapeuta. Si bien es el segundo quien lleva la dirección de la
psicoterapia, el primero es el que hace... e igualmente importante: es
el que decide hacer. Hoy,
cuando iba en camino a comenzar mi jornada, recordé ciertos instantes
de sesiones en que algunos pacientes me han solicitado que les dé un
consejo o directamente, que les diga qué hacer. Algunos han disfrazado
su petición con un "¿qué harías tú en mi lugar?". Estimados y estimadas:
el dar consejos y decir qué hacer NO es psicoterapia. En terapia se
puede evaluar la toma de decisiones y las acciones a seguir, pero
siempre desde y con el paciente, nunca unilateralmente desde el
terapeuta. Es cierto que con algunas personas a veces se debe ser más
directiva que con otras, pero nunca llegar al punto de "terapeuta
ordena, paciente obedece". Lamentablemente para algunos/as, las fórmulas
mágicas para la vida no existen, cada persona posee sus propias
características y con ellas hace frente a las situaciones cotidianas,
¿cómo sería posible que una misma fórmula funcionara para todos, si cada
ser humano es distinto?. Es por eso que la psicoterapia es un proceso
tan bonito e interesante. En ella el paciente, con el apoyo de su
psicólogo/a, opta por ponerse en el primer plano de su vida, acepta la
difícil y maravillosa tarea de cuestionarse a sí mismo: moviliza sus
propias capacidades, potencia sus propias cualidades y modifica sus
propios defectos, sale de su pasividad, se decide y se atreve a hacer.
El psicólogo/a no es un consejero, jamás debe dejarse llevar por el
trabajo fácil y ser un "recetario verbal"; es inconcebible el hecho de
aprovecharse de su posición de autoridad para involucrarse sin
escrúpulos en la vida de sus pacientes. Una psicoterapia exitosa es
producto de un trabajo en conjunto, con real participación de ambas
partes, con disposición al autoanálisis (tanto paciente como terapeuta),
y siempre resguardando el compromiso ético.
Es cierto, el proceso terapéutico no es fácil; sin embargo, sobre todo
en los tiempos que hoy corren, es una experiencia que todos, al menos
una vez en su vida, deberían vivir. Es la maravilla de autocuestionarse,
de sorprenderse, de escucharse, de querer acercarse a ese propio saber
no sabido. Que los consejos queden para las conversaciones banales...
los cambios reales y permanentes se gestan, se elaboran, se construyen;
no son resultados de fórmulas mágicas. La invitación está hecha.
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